Por Julia Cuellar
Tengo que narrar una historia, mi editor me dijo que mi fecha límite para entregar algo creativo era ayer. Me lo ha dicho siempre, otras veces funcionó y dos horas después tenía un texto que multiplicaba las ventas de la revista. Pero hoy, simplemente no puedo. En realidad debería decir ayer, para ser exactos, son las 2 de la mañana y mi límite expira a las 9.
Esta vez sí me corre, no será la primera vez que consiga una narración de última hora de alguno de sus viejos amigos antes de cerrar edición. Mi mala racha empezó desde hace tres revistas, es decir, tres meses. Miento, siempre me ha ido mal, hace tres meses simplemente agudizó mi mal tiempo. Mis problemas empezaron desde que sólo concibo el mundo a través de las letras, desde que nací. ¿Cómo puede un recién nacido ver el mundo a través de las letras? Puedo explicarlo, soy el vivo ejemplo. Desde pequeño las únicas formas que me atraían eran esas arañas que invadían con su movimiento lateral el oleaje de papel que sostenía mi padre en sus manos. Me gustaba imitarlo. Recuerdo que pasaba horas observando como se movían de una página a otra. Nunca parecían detenerse, era un ejército al que había que seguirle en su avanzada. Así que no dudo que al nacer interpreté el cordón umbilical como una gran I y a mi madre como una V con la palabra OJO escrita en el rostro.
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